En octubre de 2006, casi por casualidad, participé en el descenso del material de buceo de Miguel Burgui al sifón del Último Sumidero del Trema, en el Complejo de Ojo Guareña. 25 años despues de realizar las que fueron primeras inmersiones en Cueva La Mora, el volver a ver un equipo de buceo a pie de sifón, me despertó un sinfín de sensaciones y la necesidad de escribir este pequeño artículo.
Javier Diaz de Cerio y el que suscribe, Jesús Riezu Bravo, hicimos en Cueva La Mora cuatro inmersiones a principios de los años ochenta.
Antes de nada, quiero poneros en situación sobre las circunstancias en las que se realizó aquella exploración. Javier y yo nos conocimos en un curso de buceo deportivo en el CEVAS de Bilbao. El, para ampliar su capacitación como bombero y yo pensando en las cuevas. En aquella época, yo era miembro del Grupo Espeleológico Vizcaino (G.E.V.). El caso es que no me costó nada convencer a Javier para ir a Cueva La Mora y tras una visita previa para enseñarle la boca, nos decidimos a bucear en el sifón. Habíamos acumulado toda la experiencia que dan algunas inmersiones en el mar (no mas de media docena). Otros tres miembros más del GEV formaron el equipo de apoyo y serían los encargados de controlar el hilo guía.
Javier contaba con un equipo, bibotella y neopreno, nuevos. Yo tenía un monobotella y un bitráquea que compré de segunda mano y un neopreno de 5mm que me regaló alguien. Estaba bastante decrépito y con bastantes agujeros, pero era lo que había. La palabra "redundancia" no estaba inventada todavía, y los chalecos hidrostáticos eran un lujo para elegidos. Para controlar la flotabilidad llevaba algunas piedras, 3 ó 4, metidas entre el chaleco y el peto. Según perdía flotabilidad, las iba tirando.
Mi equipo de iluminación estaba formado por un trozo de cámara de neumático, sujeto a la cabeza con unas tiras de goma, de neumático también, al que le acoplé dos linternas "sumergibles" que había en el grupo. Se trataba de unas linternas protegidas contra los golpes con una funda de goma. Durante la inmersión no tardaban en llenarse de agua, pero seguían funcionando, asi que...sin problema. En la segunda inmersión, incorporé una tercera linterna, esa sí, nuevecita.
Como he dicho, hicimos 4 inmersiones. La primera y las otras. Distingo la primera porque hubo una diferencia fundamental con las demás: en la primera inmersión, el agua estaba absolutamente cristalina.
La primera era solo de tanteo. Se trataba de avanzar unos metros, probar el material, echar un vistazo y salir. Improvisando sobre la marcha, decidimos que el hilo guía lo llevaría atado al cinturón el que iba en punta. El segundo, con un mosquetón, se podría deslizar a lo largo del hilo. El otro extremo del hilo lo sujetarían desde fuera, donde se encargarían de irlo soltando o recogiendo.
La primera sensación al entrar en el agua fue de un intenso frio. La temperatura del agua, no llegaba a 11ºC y el neopreno no me aislaba lo suficiente.
La tensión, al menos en mí, era tremenda. La precariedad de mi equipo, y el frío, me hacían estar muy incómodo. Menos mal que, con el miedo que tenía, no me daba mucha cuenta.
Antes de empezar a bucear ya vimos el agujero. Desde la orilla de la poza de entrada, a 2 ó 3 m. de profundidad se veía un estrecho agujero por el que se accedería a la galería, si es que existia continuidad. Por un momento pensamos que quizás no se pudiera pasar. Tras la primera comprobación decidimos que yo bajaría primero, pues la monobotella pasaría mas facil. Atravesé la estrechez sin incidentes e hice señas a Javier para que bajara. Problema. El bibotella no pasaba. Volvimos a la superficie y acordamos que se quitaria las botellas, y me las pasaria a través del agujero. Dicho y hecho. Sin dejar de respirar de su monotráquea, Javier pasó detrás de sus botellas.
Retomamos el camino y aun recuerdo la impresión que me dió ver las burbujas corriendo por el techo en el laminador inicial. Algunos golpes de la botella con el techo, también me causaban una encogimiento de estómago, pues al no tener chaleco hidrostático era dificil regular la profundidad. Aunque el laminador no era estrecho, el sistema de las piedras "hidrostáticas" no podía impedir rozarme alguna vez con el techo.
Bajamos con rapidez, pues el frio me paralizaba y necesitaba moverme. Era todo tan nuevo y tan intenso que desbordaba mis sentidos, literalmente. Bajábamos por una rampa, que de repente se desfondaba unos 10 metros metros en vertical. Me detuve en el borde, sin descender. Le hice señas a Javier para salir, pero el quería bajar. Yo no estaba dispuesto a hacerlo, pues el neopreno se iba comprimiendo y notaba como iba perdiendo aislamiento y flotabilidad. Aunque ya habia tirado todas las piedras, tenía flotabilidad negativa. El frio era mortal. Como la visibilidad era excelente, acepté que Javier bajara un momento y yo esperaría en el borde. Se soltó del hilo guía y deambuló un minuto en la siguiente repisa.
A la vuelta, el camino se habia enturbiado mucho y la visibilidad en el agujero de salida era mala. Con las ganas de salir, Javier no se quitó la bibotella y se atascó en el agujero. Yo no veía nada para poderle ayudar y si me acercaba demasiado podía arrancarme las gafas o el regulador con alguna de las patadas que daba. Fue medio minuto. Medio minuto sabiendo que si Javier no salia de ahí, yo tampoco podría salir. Por fín, encontró la postura y pasó. En las siguientes inmersiones, ya no se volvió a quitar las botellas. Le costaba un poco, pero buscaba la postura y ¡voila!.
No teníamos ningún objetivo de profundidad y el recorrido se estimaría en función del hilo desenrrollado. Por ello no verificamos la profundidad alcanzada. Viendo la topografía actual, deduzco que llegamos juntos al borde del pozo, en cuyo caso Javier habría descendido a más de 35m. El entusiasmo a la salida hizo que no tomáramos ningún tipo de notas de profundidad ni distancia ni nada de nada.¡Esta juventud!
La segunda inmersión fue una triste sorpresa. Javi paso primero. Pasado el agujero, la visibilidad era nula. Las luces en la cabeza no se podían usar pues creaban un velo delante de los ojos que impedía ver nada. La linterna de mano, con el brazo estirado, permitía intuir las paredes, pero poco mas. Salimos frustrados, pues esperábamos encontrar el mismo agua transparente que la primera vez. ¡Que diferente del primer dia!
La tercera inmersión también fue desafortunada. Nada mas pasar el agujero, mientras esperaba a Javier, tanteé la varilla de reserva, para comprobar que estaba en su sitio. La accioné y dejé de recibir aire. En la fracción de segundo que tardé en volverla a accionar y poder respirar, la adrenalina se me disparó y yo también salí disparado. Javier, que acababa de superar la estrechez, no sabia que ocurria y salió trás de mi, asustado, literalmente arrastrado por el hilo guia. Por algún motivo, la botella estaba vacia y con la reserva abierta. Cuando moví la varilla, en realidad lo que hice fue cerrarla. Desconsolados, no nos quedó otra posibilidad que recoger y darnos la vuelta de vacío.
Para la siguiente inmersión, compré un grifo nuevo, sin reserva, pero con manómetro. Todo un lujo para mi economía, pero ¡la seguridad es lo primero!.
La cuarta inmersión fue algo mejor aunque la visibilidad también era muy mala. Por algún motivo Javi no bajó. A pesar de la frustración de encontrar el agua muy turbia, yo estaba decidido a bajar hasta donde pudiera, con la esperanza de que a mas profundidad el agua estuviera mas clara. Bajé lo más rápido que me permitía la visibilidad. Despues del laminador inicial, me encontré en un agujero de presión mas o menos cilíndrico. Parecía totálmente una cueva distinta a la del primer dia y no encontré el balcón del primer dia. El frío empezó a hacerme temblar convulsivamente, pero decidí seguir. De repente, delante de mi, la oscuridad se hizo mayor todavia. Me entró la paranoia de que si aparecia algún pozo vertical, me arrastraría una corriente de agua o símplemente me iría al fondo al no tener chaleco hidrostático. Probablemente, me encontraba en medio del pozo. Miré como pude el profundímetro de burbuja pues en aquella niebla no era facil, di por bueno 22m. y emprendí el regreso.
Empecé a subir todo lo deprisa que podía, pues era consciente de que la hipotermia me estaba poniendo en un serio peligro. Solo veía el hilo guia delante de mis ojos, pero verlo pasar me tranquilizaba pues cada vez estaba más cerca de la superficie....pero no me di cuenta de que el hilo no seguía la dirección correcta.
Entonces ocurrió; de repente algo tiró de mi. Un parón seco y ... un flash en mi cerebro, seguramente fue lo que llaman "una experiencia religiosa". Estuve a punto de gritar, lo que hubiera supuesto el final de la historia. En pocos segundos comprendí que había subido demasiado rápido, mucho mas rápido de lo que recogían el hilo guia los de superficie. O tambien cabía la posibilidad de que ni tan siquiera estuvieran recogiendo, si el hilo se habia enganchado abajo. Intenté soltarme del hilo, para salir guiandome por el que iba a la superficie, pero era imposible. Estaba muy liado en el cinturón y no tenía tijeras ni cuchillo. Me aterrorizaba pensar que tenía que volver a descender a soltar el atasco...pero no quedaba mas remedio. Según me daba la vuelta para descender, el hilo se aflojó y quedó flotando. ¡Puff, qué experiencia! Mi cuerpo estaba hipotérmico, pero mi cabeza hervía. Si no se llega a soltar el hilo, creo que mi cabeza hubiera explotado.
Desde arriba no tiraban, asi que recogí en la mano la parte del hilo que estaba arrastrando para que no volviera a engancharse y seguí saliendo. Pero al intuir altura por encima mío decidí buscar el techo, por si el agua estaba más cálida, ¡aunque solo fuera una décima de grado!. Mala idea. Me vi subiendo casi en vertical por una pared cubierta de lodo. Era increible como se mantenía la capa de lodo, de 3 ó 4 cm de espesor, en vertical sin desmoronarse. Metiendo el dedo, el lodo se desprendia suavemente, formando fantásticos y diminutos aludes que enturbiaban el agua. Pero no me preocupaba. Estaba saliendo y las nubes de lodo iban a quedar atrás. No era capaz de pensar y darme cuenta de que no habia bajado tan vertical.
Por fin aire. Estaba en una salita, ¡¡pero sin salida!!. No estaba en el exterior. Se me cayó el alma a los pies y toda la alegría de ver la superficie se convirtió en angustia.
Creí oir a mis compañeros, pero, ¿dónde estaban? Llamé, pero no obtuve respuesta. Sin duda, pensé, la propia conversación entre ellos les impedía oirme. Busqué por donde podía llegar el sonido.
A unos 30 cm por encima de mi cabeza había una pequeña grieta, que supuse comunicaba con el exterior y que me permitiría hablar con mis compañeros. Intenté elevarme para llegar a la grieta, pero era imposible; el equipo de buceo me lo impedía.
Estuve a punto de gritar para que llamaran a los bomberos, al ejercito o a quien fuera, ¡pero que me sacaran de allí!
Estuve tentado de descender al fondo, quitarme el equipo y volver a subir para intentar llegar a la grieta. Incluso, pensé, podría desprenderme directamente del equipo y dejarlo caer.
Pero me di cuenta de que no tenía ninguna posibilidad. Aunque hubiera sido factible que alguien hubiera venido a ayudarme, para cuando llegara, yo estaría muerto por la hipotermia. Si no hubiera estado convencido de la imposibilidad de tal ayuda, hubiera chillado hasta quedarme ronco.
Sopesando esas ideas, me di cuenta de que, si tenía que bajar, lo lógico era intentar salir por el agujero de entrada. ¡Ya que estás abajo....! (quedaba un ápice de lógica en mi cabeza). Aunque, ¡tendría que bajar en la más absoluta ceguera y buscar el camino!
Empecé a bajar con visibilidad cero, pues las linternas no servían absolutamente para nada y llevaba apagadas las de la cabeza. Felízmente, solo había descendido unos metros cuando noté que la cuerda se tensaba. Fue una sorpresa, pues me había olvidado totalmente de ella y ni siquiera sabía cuando se me había soltado de la mano, pues la tenía insensible. No se puede describir el alivio que sentí, ¡tenía línea directa con el exterior!
Controlé la prisa por bajar y me dejé arrastrar. La desorientacion era total durante el descenso; no veía la cuerda y ni tan siquiera distinguía las paredes. Los aludes de lodo que tanta gracia me habían hecho al ascender, habían acabado con la escasa visibilidad que quedaba. Durante unos segundos, apagué también la linterna de mano. Estaba solo, en medio de una oscuridad infinita.
De nuevo en la galería ascendente, todavía era dificil ver la cuerda. Ya no habia bucles que pudieran engancharse pero, si la cuerda se encajaba por alguna grieta o por debajo de alguna piedra, no me daba cuenta hasta que me daba de morros con la piedra, lo que ocurrió en un par de ocasiones. Liberar la cuerda en aquellas condiciones, temblando y con las manos insensibles por el frio, no era facil, asi que tenía que ir muy, muy despacio y evitar que se encajara.
Poco después, casi a cámara lenta, pasé la estrechez de entrada. La aventura había terminado.
Despues del tiempo pasado, solo permanecen en mi memoria los detalles más significativos, pero a la vista de la topografía actual, deduzco que probáblemente el tubo por el que creí descender no era otra cosa que el efecto que, la luz de mi linterna, causaba en la nube de barro en la que me movía y, casi con seguridad, la salita que yo pensé que daba al exterior era la parte aérea del pozo principal. Ello implica que descendí bastante más que los 22 mts que registré.
El profundímetro usado era de burbuja y en aquel agua saturada de lodo estaría lleno de suciedad. Además de que era casi imposible leer nada, estaba temblando convulsivamente, por lo que es muy probable que la lectura fuera errónea.
Y la existencia de la grieta y el que creyera oir a mis compañeros, debió ser más un deseo desesperado que una realidad.
O quizás no. Quizás Cueva La Mora se está guardando su último secreto, y sí que existe una salita que se une a la zona de entrada a través de una grieta.
Jesús Riezu
P.D. Tenia claro que, con aquel material, era imposible seguir adelante pero quise probar con otra inmersión en un nacedero que mana a los pies de la peña Urratxa en el Gorbea. Tras bajar casi en vertical media docena de metros y avanzar unos metros por un tubo prometedor, me di la vuelta temblando de frio. Decidí no volver a intentarlo hasta que no contara con un equipo adecuado, cosa que nunca llegó a suceder.