Cuevas del Puente y de la Majada
La Sierra Salvada es uno de los macizos calcáreos más karstificados de los existentes en el norte de Burgos, en este caso compartido con Álava y con el enclave vizcaíno de Orduña. Grandes redes subterráneas paralelas lo atraviesan de este a oeste. Una de ellas es el sistema formado por las cuevas del Puente, de los Alberques y del Espino, localizado en término de la Junta de Villalba de Losa, a pocos metros de la divisoria provincial.
Sus bocas de entrada se localizan cerca del Pico Bedarbide, junto al tendido de alta tensión que remonta desde el pastizal de Pozalagua, estando cerradas por la Junta de Castilla y León para proteger sus evidencias arqueológicas. Si contamos con la autorización adecuada se puede recorrer, con bastante comodidad un kilómetro de su galería principal hasta alcanzar una sima por la que se accede, ya con equipamiento adecuado, al nivel inferior, temporalmente activo. El desarrollo total es de más de 2.200 metros y supera los 100 metros de desnivel.
La Cueva de la Majada se localiza algo más abajo, con su principal boca de entrada dominando el citado pastizal, pudiendo recorrer casi 600 metros, con escaso desnivel, con un equipamiento básico de espeleología.
La zona en su conjunto, y estas cavidades en particular, fueron exploradas y topografiadas por el Grupo Espeleológico Edelweiss, siendo publicadas en el año 2000 en la monografía nº 7 de la serie Kaite, con el título de El Karst de Monte Santiago, Sierra Salvada y Sierra de la Carbonilla.
Ambas cavidades eran conocidas desde antiguo por los habitantes de la zona, especialmente por los pastores o ganaderos más habituados a recorrer el monte. En la Cueva de la Majada hemos localizado un graffiti de 1810, a más de 400 metros de la entrada, probablemente de alguien que se refugió en la cavidad en esa época de inestabilidad.
En la Cueva del Puente los graffitis son abundantes y las marcas de tizones bastante numerosas, lo que evidencia cierta intensidad en la visita de personas que portaban teas, que reavivaban en las aristas de la roca, para iluminarse en la oscuridad de la cueva. Por ese motivo, en 1987, prospectamos sus paredes con atención, pudiendo localizar grabadas, cinco inscripciones latinas, que nos hablan de una exploración realizada por una decuria del ejército romano a la cavidad durante los últimos días de octubre del año 235, en el consulado de Severo y Quintiano. Aparecen agrupadas en dos sectores, tres en torno a unas grandes excavaciones de arcillas, tal vez relacionadas con algún tipo de cata de control minero, y las dos restantes justo antes de la sima que impide la progresión.
Por ellas sabemos que, tras recorrer 4.000 pasos, Nicolavo y 10 hombres entraron en la cavidad, quedándose uno de ellos en el primer sector, probablemente Placidus el único que grabó su nombre, mientras que los restantes, “los hombres más fuertes”, llegaron hasta el borde de la sima.
La conservación de estas inscripciones, milagrosamente respetadas por los graffitis del siglo XX, fue lo que motivó, tras su descubrimiento, el cierre inmediato de los accesos a esta cavidad.
En la Cueva de la Majada, también han aparecido tizonazos y restos de cerámica medieval y son frecuentes las yacijas u oseras de hibernación del oso pardo, extinto en la zona desde hace siglos, así como los zarpazos que dejaban marcados en las paredes cuando se afilaban las garras. En esta cueva también se localizó, a finales del siglo XIX, por I. Bolivar, una nueva especie de opilión, bautizada como Sabacon vizcayanus.
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