Cuevas de la Sierra de Atapuerca

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Uno de los principales conjuntos kársticos de nuestra provincia es el de la Sierra de Atapuerca. Hasta finales del Plioceno, hace unos dos millones de años, se encontraba rodeada por las aguas de un gran mar interior. Es entonces cuando se configura la actual red hidrográfica, bordeándola los ríos Arlanzón y Vena y naciendo el Pico en las cuevas de su borde occidental. Se localiza en uno de los escasos corredores naturales que comunican las cuencas del Duero y del Ebro, un lugar de paso habitual para las manadas de herbívoros.

Esta circunstancia, entre otras, propició que en sus cuevas buscaran refugio de forma habitual los primeros homínidos que habitaron la zona desde hace más de un millón de años. En las bocas de entrada de sus cavidades se superponen, como las hojas de un libro, los diferentes estratos, con los restos óseos de las faunas de las que se alimentaban, las industrias líticas que utilizaban y, en ocasiones, sus propios restos.

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Los primeros agricultores y ganaderos del Neolítico recorrieron prácticamente todas las cavidades y galerías existentes, utilizándolas de forma diferenciada como lugares de hábitat, de almacenaje, áreas sepulcrales, santuarios, o simplemente como rediles. Hace 3000 años, con los primeros asentamientos permanentes al aire libre, las cuevas pasan a un segundo plano, sirviendo sólo de refugio ocasional, aunque su memoria histórica pervivió en las leyendas locales y como referentes geográficos para los primeros poblados medievales.

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A partir del siglo XIII, la explotación de las canteras de caliza llevó nuevas gentes a la Sierra de Atapuerca. Poco a poco, los grafittis de los primeros exploradores modernos comienzan a ocupar las paredes de las galerías. En el siglo XVI ya empiezan a ser abundantes y conocemos los primeros manuscritos que hacen referencias a visitas a la Cueva de Atapuerca.

En el siglo XIX se describen las primeras evidencias de restos arqueológicos en las cavidades de la Sierra de Atapuerca y los ingenieros de minas Pedro Sampayo y Mariano Zuaznávar publican en 1868 una guía de la cavidad con una precisa topografía. Para entonces, sus principales galerías ya eran conocidas como Salón del Coro, Galería de las Estatuas, Galería Baja, Galería del Silo, mientras que también nos hablan de Cueva Ciega y de la Cueva del Silo.

Poco después, la familia Inclán consigue una concesión minera con la que se garantizan el control de las visitas a la cavidad. A finales de siglo se inicia la construcción de la trinchera del ferrocarril minero que dejaría a la vista diversas cavidades colmatadas de sedimentos hasta el techo. Dicha infraestructura y nuevas canteras motivarían la aparición de la Cueva del Compresor y Cueva de la Vía o Peluda.

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No obstante, no sería hasta 1962 cuando el Grupo Espeleológico Edelweiss advirtiese al Museo de Burgos, de la existencia de restos fósiles en dichos rellenos. En 1972 descubre la Galería del Sílex y en 1976 comunica a Trino Torres la existencia de abundantes fósiles en la Sima de los Huesos, precedente inmediato del inicio del proyecto de Emiliano Aguirre continuado, desde 1992, por Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell, que ha deparado la declaración del conjunto como Patrimonio de la Humanidad y una afluencia masiva de visitantes a los yacimientos que son atendidos tanto desde Ibeas de Juarros como desde Atapuerca, cada uno con sus infraestructuras divulgativas que, en breve, serán ampliadas con dos Centros de Interpretación, así como con el futuro Museo de la Evolución Humana de Burgos.

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Es absolutamente recomendable acercarse a esos centros e integrarse en esas visitas guiadas en las que se explican al visitante todos los pormenores del karst y de esos yacimientos singulares que han obtenido la declaración de Patrimonio de la Humanidad.