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Artículo extractado y resumido de Cubía Nº14.
Las Cavidades de La Sierra de Ubierna
entre los ríos Úrbel y Rioseras
Subzonas BU-VI.A y VI.B. Burgos
Pag. 8 a 48

Francisco Ruiz García
Ana Isabel Ortega Martínez
Miguel Ángel Martín Merino
G.E. Edelweiss

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Las Cavidades de La Sierra de Ubierna
entre los ríos Úrbel y Rioseras. Burgos

Índice de contenidos
• Introducción
• Delimitación y caracterización
• Geología
• Geomorfología
• Hidrología e Hidrogeología.
• Cavidades de Huérmeces
• Cavidades de Montorio y Quintanilla de Sobresierra
• Cavidades del Cañón del Rucios y Cañón del Ubierna
• Cavidades de Ubierna y Gredilla la Polera
• Cavidades del Cañón de Peñahorada
• Cavidades de Tobes y Rahedo
• Arqueología y Paleontología

 

mapa buIntroducción

Con este artículo cerramos un capitulo más en el estudio de las pequeñas zonas espeleológicas de la provincia de Burgos. Situadas a pocos kilómetros al norte de la capital, enclavadas entre la espectacular geología de Las Loras y los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, las suaves elevaciones de Ubierna y Peñahorada están fuertemente sometidas a la acción antrópica: carreteras, autovías, canteras y aerogeneradores; aunque todavía esconden lugares de alto valor geológico y arqueológico. Estas cavidades corresponden a los términos municipales de Huérmeces, Montorio, Merindad de Río Ubierna y Valle de las Navas.

Delimitación y caracterización.

La Sierra de Ubierna y la Serrezuela forman parte de una unidad morfoestructural más extensa que es el Borde Meridional de la Cordillera Cantábrica, la cual a su vez y desde el punto de vista geológico se divide en dos partes: la occidental, denominada Banda plegada de Montorio-Ubierna que representa el límite entre la Cuenca del Duero y la Superficie Estructural de Los Páramos (la llamada Plataforma Burgalesa) y la oriental, la Banda plegada de Rojas-Santa Casilda, que materializa la separación entre la Cuenca del Duero y la Depresión de La Bureba que pertenece a la Cuenca del Ebro.

borde m
Todo el conjunto, que tiene una longitud de unos 80 Km, discurre desde el Paleozóico de la provincia de Palencia, al NO, hasta que al SE, en la Sierra de Ubierna, se curva para adoptar la dirección SO-NE. Está sometido a unas manifestaciones tectónicas muy intensas y complejas en las que se desarrollan estructuras, entre las que destaca la Falla de Ubierna, que dan lugar a afloramientos diapíricos como los de Quintanilla-Pedro Abarca, Montorio, Castrillo de Rucios y los de Salinillas de Bureba y Buezo.
El área de estudio de la que se ocupa este artículo está comprendida dentro de los siguientes límites: por el Oeste, el río Úrbel desde Huérmeces hasta el arroyo de Santa Cecilia, donde seguiremos el cauce de este, hasta encontrar el contacto de los materiales mesozóicos con el Terciario de La Bureba, representado por la línea que va desde el pueblo de Quintanarrio pasando por Mata, Gredilla la Polera, La Molina de Ubierna hasta Tobes y Rahedo al Este. El límite oriental lo define la carretera BU-V-5003 que lleva a Robredo-Temiño. Por el Sur seguiremos el cauce del río Rioseras hasta el pueblo homónimo y continuaremos por el contacto con los materiales del Terciario de la Cuenca del Duero que sigue la línea que pasa por Villaverde-Peñahorada, Ubierna y acabar, de nuevo, en Huérmeces.
De esta manera hemos delimitado una franja de aproximadamente 68 Km2, de unos 19 Km de largo por una anchura máxima que no supera los 4 Km orientada en la dirección NO-SE y en cuyo extremo suroriental empieza una curvatura hacia el NE. Superficie que se reparten entre los ayuntamientos de Montorio, Huérmeces, Merindad de Río Ubierna y Valle de las Navas y en la que además de los pueblos antes citados se encuentran los de Castrillo de Rucios, San Martín de Ubierna y Peñahorada. En el Catastro Espeleológico de Burgos ocupa parte de las subzonas BU-VI.A y BU-VI.B.
El acceso natural es seguir las carreteras N-623 y N-627 o la CL-629, vías que unen Burgos con Cantabria, aunque para llegar hasta Huérmeces hay que seguir la BU-622, que partiendo de Burgos, pasa por Quintanadueñas, Mansilla de Burgos y en Santibañez-Zarzaguda remonta el valle del río Úrbel.

Geología

De acuerdo con la tectónica distinguiremos dos unidades estructurales (ITGE 1997): la Franja plegada de Montorio-Ubierna y la Falla de Úrbel o de Ubierna.

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Desde el límite con la provincia de Palencia hasta la localidad de Montorio, la Falla de Ubierna coincide con el límite de la Franja plegada con otra importante unidad estructural: la Plataforma estructural de los Páramos o Plataforma Burgalesa. Sin embargo, a partir de la citada localidad la traza de la falla se "desfleca" en varias fracturas que afectan a todo el ancho de la Sierra de Ubierna y en el mismo sentido de elongación general, ONO-ESE. Por lo tanto la estructura geológica de la Sierra de Ubierna es muy compleja ya que a la presencia de las apuntadas fracturas se superponen varios tipos de plegamientos.
En la mitad occidental conviven acusados plegamientos como en el entorno de Ubierna y San Martín de Ubierna, donde son espectaculares las crestas producidas por la verticalidad de los estratos, con importantes cabalgamientos como los de Valdegoba en Huérmeces o el de Ubierna, o el diapirismo existente sobre la Falla de Ubierna o en Castrillo de Rucios.
Hacia el Este, y sobre todo a partir de Peñahorada la Falla de Ubierna divide a la sierra en dos áreas: La de la Serrezuela o de Peñahorada al norte y la de Montecillos-Alto Cruces al sur.
La Sierra de la Serrezuela es un anticlinal sobre cuyo flanco norte se dispone el Terciario de La Bureba. Es una sencilla estructura que se prolonga hacia el este a partir de la garganta de Trescastros, desde la carretera que lleva al pueblo de Tobes y Rahedo hacia la Franja plegada de Rojas-Santa Casilda.
El área de Montecillo-Alto Cruces es una sucesión de pliegues afectados por la fracturación, cuyo ejemplo más espectacular se puede apreciar en la garganta del arroyo de la Hoz, entre Villaverde-Peñahorada y Peñahorada.
Con respecto a la estratigrafía, en la zona afloran mayoritariamente materiales del Cretácico superior que están comprendidos entre las arenas, gravas y arcillas del Albiense inferior y las arcillas rojas y conglomerados del Terciario. Los fenómenos de diapirismo hacen aflorar materiales del Keuper.
La unidad estratigráfica más extensa son las calizas y dolomías del Turoniense superior-Coniaciense que destacan en el relieve por las cresterías de las gargantas de Trescastros, Peñahorada y Ubierna.
También son fácilmente reconocibles las calizas y calcarenitas del Santoniense medio-superior, visibles como otra crestería que sirve de techo al anticlinal de la Sierra de la Serrezuela y sobre el que se sitúan los materiales del Terciario de La Bureba. Son observables en el antiguo paso a nivel de Peñahorada.
Entre ambas unidades se sitúa un tramo margoso del Santoniense inferior que debido a su carácter erosionable aparece como una depresión que se puede seguir desde el valle de Vadeveterros hasta Peñahorada y por el valle colgado de Carbonera en la Sierra de la Serrezuela.

Geomorfología

Son cuatro los rasgos morfológicos generales más importantes de la zona:
Las crestas calizas, las gargantas, los valles de control litoestructural y las superficies de erosión.
Las crestas calizas aparecen flanqueando las alturas de los valles, representando escarpes verticales planos y de longitud hecto/kilométrica en los que se puede apreciar el acusado buzamiento, incluso la verticalidad de los estratos.
Asociadas a las estructuras tectónicas y a los materiales carbonatados se ha producido el desmantelamiento de los citados materiales creándose valles semicerrados longitudinales según la dirección de las estructuras. Son varios los valles que siguen este control litoestructural (Benito 2004) ya que en esta zona de la sierra la Falla de Ubierna se desdobla, y así tenemos el valle de Valdeveterros, los valles de los arroyos Villaverde y Vegarredonda en Peñahorada y el valle del arroyo Robredillo.
También se han producido valles a favor de otros tipos de estructuras como los casos del valle del Rucios, en un anticlinal, o del valle del arroyo de Espinosa, en un cabalgamiento.
Otra característica singular de la morfología de la sierra son las gargantas de los ríos Úrbel, Ubierna, río de la Hoz y de la garganta de Trescastros en la cabecera del río Rioseras.

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Desde su nacimiento el río Úrbel sigue su trazado a lo largo de la Banda Plegada aprovechando la debilidad producida por la Falla de Ubierna, pero una vez sobrepasado Montorio el río gira hacia el S y se sobreimpone a las estructuras, seccionando transversalmente la Banda plegada en donde excava un valle estrecho y meandriforme. Idéntica descripción vale para el río Ubierna, el cual nace en el páramo de Masa.
Sin embargo por la garganta de Peñahorada discurre el Arroyo de la Hoz, de carácter autóctono, ya que el río que debiera atravesar esta garganta ha sido capturado, hacia la cuenca del Ebro, por el avance del escape erosivo de los materiales terciarios de La Bureba. Este proceso de captura, en el que el río Homino ya vierte al Ebro, sigue actualmente hacia el Río Ubierna y su afluente el Jordán (Pineda 2006).
Al este se encuentra la garganta de Trescastros, que aparece en la toponimia como La Cañada. Es una amplia garganta, sin circulación de aguas, en la que destacan espectacularmente los riscos calizos, que culminan el valle de Carbonera.
Junto a estas grandes gargantas, merece la pena destacar, otras de dimensiones más modestas como son la de la cabecera del Arroyo de Rucios y la Garganta de La Polera.
Y por ultimo, uno de los rasgos morfológicos característicos son las superficies de erosión que afectan a las zonas altas, sobre las cotas de 1.000-1.030 m, formando planos que se desarrollan en los materiales carbonatados, en los que se sitúan dolinas, algunas de las cuales han sido capturadas por la red de drenaje, igualmente formada por los procesos de disolución y que actualmente se encuentran ocupadas por materiales arcillosos.
Estas superficies de erosión se encuentran incididas por los anteriormente descritos valles de control estructural, los cuales en un principio podrían haber sido valles kársticos, quedando sus fondos ocupados por materiales detrítico arcillosos y por ello convertidos en tierras de labor.

Hidrología e Hidrogeología.

Todos los ríos y arroyos que nacen o discurren por la zona estudiada pertenecen a la cuenca del Duero tributando al río Arlanzón, aunque en la actualidad, y como se ha apuntado anteriormente, se está produciendo el proceso geomorfológico de la captura del río Ubierna por el retroceso erosivo de la Cuenca del río Ebro en la Bureba.
Desde el punto de vista de la hidrogeología la Franja plegada y sus materiales calizos del Cretácico superior, desde la provincia de Palencia hasta Santa Casilda en las cercanías de Briviesca, conforman el Sistema Acuífero nº9 (I.G.T.E. 1997a y 1997b), tambien denominada Unidad Hidrogeológica Quintanilla-Peñahorada-Atapuerca (I.G.T.E et all, 1998).

hidro

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Dentro del marco de nuestro estudio se encuentran cuatro subunidades:
· El acuífero de Quintanilla Pedro Abarca. Aunque buena parte de la extensión de esta subunidad se halla fuera de nuestros límites, incluimos el pago de Sobrecueva, cerca de Montorio, y los cerros de Castrillo de Rucios. Son calizas y dolomías del Turoniense-Coniaciense y calizas del Santoniense.
· El acuífero de Villaverde-Peñahorada, materiales del Turoniense que van desde Huérmeces hasta Robledo-Temiño, delimitado al N por la Falla de Ubierna.
· El acuífero de Peñahorada, formado por las calizas y dolomías del Turoniense-Coniaciense, se extiende desde San Martín de Ubierna, Peñahorada hasta Robledo-Temiño.
· El acuífero de Gredilla la Polera, está constituido por los materiales calcáreos del Santoniense que van desde esa localidad y se prolongan hasta las inmediaciones de Santa Casilda.
La recarga de los acuíferos se realiza por infiltración del agua de lluvia y por circulación kárstica, mientras que la descarga se realiza por fuentes y surgencias que vierten a la red fluvial.
Antes de entrar en la descripción de los diferentes sectores en que hemos subdividido a la zona estudiada, debemos precisar que nos ha parecido oportuno realizar una redefinición de la división de partidas del Catastro Espeleológico de Burgos, dejando fijada la separación entre las partidas BU-VI.A y BU-VI.B por el río Úrbel desde La Piedra hasta Huérmeces, dejando incluida la totalidad de la comarca de Las Loras dentro de la partida BU-VI.A.
También hemos creído conveniente realizar otra modificación puntual a la divisoria de zonas en el límite norte de la partida BU-VI.B, llevando su límite norte desde la más imprecisa alineación entre Montorio, Castrillo de Rucios y Gredilla la Polera, para enlazar los cursos del Úrbel y del Ubierna, a la un poco más alejada y precisa entre Montorio y Quintanilla Sobresierra, valle recorrido por una pista de fácil tránsito que facilita plasmar visualmente la divisoria.

Cavidades de Huérmeces

Se localizan en el borde SO de la zona estudiada, concretamente en la margen izquierda del cañón del Úrbel, río que marca la divisoria geomorfológica oriental de la comarca de Las Loras (García, 1980), extendiéndose hasta el río Pisuerga en su borde occidental.
Todas las cavidades que incluimos en este sector son de fácil acceso, al localizarse junto a diferentes caminos o la propia carretera. La Cueva del Horno es la única que se sitúa en lo alto del páramo, aunque la pista de los aerogeneradores finaliza justo antes de su boca de entrada. Todas las demás cavidades se abren en los diferentes escarpes colgados sobre el Úrbel o sus pequeños valles tributarios, representando morfologías horizontales en relación con antiguos sectores surgentes. La Fuente de la Hoz es una surgencia impenetrable utilizada para el abastecimiento de aguas de la localidad. La única que se localiza un poco más alejada es la surgencia Pozo del Diablo, que se localiza en el otro extremo del sector, junto al pueblo de Ubierna.

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De este conjunto de cavidades, como se verá en el apartado arqueológico, únicamente las Cuevas de Valdegoba fueron ocupadas durante la Prehistoria, correspondiendo a un lugar de ocupación del Paleolítico medio en cuya boca central tuvimos ocasión de descubrir en 1987 los primeros restos humanos de Homo neanderthalensis de la provincia de Burgos, con ocasión del levantamiento topográfico previo a su primera campaña de excavaciones. Estas excavaciones mostraron además una ocupación durante el Neolítico y la Edad del Bronce.

Cuevas de Valdegoba
Otras cavidades de este sector, tales como la Gatera de Buzol, la Cueva de la Mora, la Cueva de los Carlistas o las Cuevas y Abrigo del Redil de Valdelebrín, a pesar de que en el análisis visual de sus superficies no han proporcionado restos arqueológicos hay que indicar que reúnen características idóneas para haber sido utilizadas como hábitats o refugios durante la Prehistoria.
Dada la simplicidad de sus trazados y morfologías, omitimos realizar descripciones adicionales a las que pueden deducirse de la observación de sus topografías o la lectura de la tabla adjunta, en la que incluimos la relación de todas ellas junto a sus coordenadas, desarrollo y desnivel, mientras que en las ortofotos figura su posicionamiento concreto.

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Cavidades de Montorio y Quintanilla de Sobresierra

Se trata de un pequeño grupo de cavidades que se localizan en el borde NO de la zona estudiada, en los páramos localizados al norte de la carretera Burgos-Aguilar de Campoo, entre las localidades de Montorio, Quintanilla Sobresierra y Castrillo de Rucios. Vienen posicionadas en la ortofoto del epígrafe anterior, junto con las de Huérmeces, y los accesos se pueden realizar por los diferentes caminos que parten de ambas localidades, mientras que las tres primeras son visibles desde la citada carretera.
Presentan morfologías de cuevas horizontales de pequeño desarrollo y abrigos, situados en el término del Becerril, a cotas de los 1.005-1.010, o la Cueva Sepulcral de Sobrecueva cuya boca se abre en la superficie de esta paramera a 1.025m de altitud. El conjunto de Santa Cecilia destaca por desarrollarse en los travertinos que delimitan las estructuras calizas.

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La Fuente de Santa Cecilia es una surgencia de las aguas de infiltración del páramo utilizada para el abastecimiento de la localidad. Debajo de ella existe un importante depósito de travertinos que se aprovechó, en momentos altomedievales, para labrar artificialmente la ermita rupestre de Santa Cecilia, descubierta por nosotros en 1991.
Las cavidades arqueológicas son la Cueva Sepulcral Sobrecueva y la Cueva de las Brujas, si bien la Cueva de los Moros, La Cuevatona y los Abrigos de Becerril presentan características idóneas para haber sido utilizados como hábitats o refugios durante la Prehistoria.
Remitimos a las topografías, fotografías y tabla adjunta para datos adicionales sobre este grupo de cavidades.

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Cavidades del Cañón del Rucios y Cañón del Ubierna

Se trata de un nutrido grupo de cavidades que se localizan en el Cañón del Rucios, a cuyo tramo final se accede cómodamente desde la localidad de San Martín de Ubierna, muy conocido entre los burgaleses por su belleza paisajística y geomorfológica, al abrirse paso a través de la zona plegada del Ubierna, siendo varios los pliegues de gran plasticidad que pueden observarse fácilmente y que incluso llegan a generar pequeñas cavidades de origen tectónico, habiendo considerado oportuno catalogar, por sus dimensiones, a una de ellas (el Abrigo del Anticlinal o Abrigo XX).
El acceso hasta las situadas en el tramo alto se realiza más cómodamente desde una zona habilitada para parada, aunque enormemente degradada por vertidos industriales, localizada 2km al NO de San Martín de Ubierna, justo nada más terminar la empinada recta que parte desde la localidad. Por último, La Covatona es fácilmente visible desde la carretera que atraviesa el Cañón del Ubierna.

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La más importante y conocida es la Cueva de San Martín. Posee cinco diferentes bocas de entrada y al pie de su boca principal nace una surgencia kárstica utilizada como abastecimiento de la localidad. Es una amplia galería horizontal, de clara génesis freática, labrada en un tramo con los estratos completamente verticalizados, que discurre paralela al eje del plegamiento y del Cañón del Rucios, y que parece haber tenido su origen en una captura del mismo, drenando buena parte de su caudal, al coincidir en un tramo bastante angosto del cañón, justo antes de su afluencia, en el amplio valle formado a favor de la Falla del Ubierna, con el río Ubierna. No obstante, la cavidad también posee aportes hacia su eje principal que parecen provenir del interior del macizo, canalizando las infiltraciones producidas a favor, tanto de las juntas de estratificación, como de la red de fracturas.
Todas las restantes cavidades, sin excepción, son de escaso desarrollo y desnivel, aunque buena parte de ellas poseen interés arqueológico, y remitimos a las topografías, fotografías y tabla adjunta para conocer otros datos adicionales. Las 19 primeras se localizan en la margen derecha del Rucios, en su tramo final más próximo a San Martín de Ubierna, mientras que las bocas 20 a 25 se localizan en la margen izquierda de este mismo tramo y las 26 a 35 en el tramo alto del Rucios.

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Cavidades de Ubierna y Gredilla la Polera

Incluimos un pequeño grupo de cavidades localizadas en el páramo de La Polera, entre el Cañón del Ubierna y el Cañón de Peñahorada, en un área dominada por el gran castro y necrópolis de La Polera. En la actualidad los accesos más cómodos a todo el conjunto pueden realizarse, desde el sur, por el camino que comienza en la ermita de Montes Claros de Ubierna, desde el oeste, por el Camino de Espinosa que se inicia en el Cañón del Ubierna y desde el norte, por el pueblo de Gredilla la Polera.
En la tabla adjunta, en la ortofoto y en las correspondientes topografías se pueden observar, tanto su ubicación concreta como sus principales características.

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La existencia de algunos conductos colgados, entre 110 y 100m, sobre los actuales cauces fluviales, inciden en un origen relacionado con antiguos niveles de base, marcado por el río Ubierna. El conjunto de Cueva I, II y III del Camino de Espinosa y la Cueva de la Madriguera de Valdeveterros están situadas a 1000 m de altitud y 110m sobre el Ubierna (890m s.n.m.) y sus bocas se abren en el escarpe calizo formado por la incisión de los arroyos del Camino de Espinosa y de Valdeveterros, transversales al río Ubierna.
La Cueva I del Camino de Espinosa presenta un conducto horizontal de 28m de longitud, paralelo al valle, formado a favor del nivel freático superficial, y destaca por sus brechas de aspecto pleistoceno que se conservan adosadas, tanto a techo de su boca de entrada como a media altura de su única galería. Estos rellenos presentan una secuencia caracterizada por sedimento arcilloso en su base, documentado en todo el conducto, sobre el que, en el sector de entrada, se deposita una brecha de pequeños cantos calizos angulosos, aunque también pueden observarse otros de tamaño decimétrico, sin apenas matriz, procedentes del entorno inmediato, que a techo aparece sellada por una costra estalagmítica que ha carbonatado el depósito.
Esta costra también recubre las facies arcillosas del interior y representa una fase de cierta inactividad. La morfología actual es producto de una reactivación kárstica que erosionó y vació los sedimentos, en principio vinculada con fases erosivas pleistocenas.
El sector de entrada destaca además por la gran acumulación de microfauna, indicio de que este espacio es ocupado por rapaces, restos que, en menor medida, se observan a lo largo de todo el conducto interior. Aunque en su piso se observan algunos cantos de cuarcita, parecen tener un origen antrópico relacionado con la importante ocupación del castro de La Polera.
En este sector se localiza la cavidad más importante de toda la Sierra de Ubierna: la Torca de Gredilla la Polera o Cueva de La Polera, tanto por ser la cavidad de mayor desarrollo de la zona, como por sus morfologías y por sus yacimientos arqueológicos. Constituye una red tridimensional de 472m de desarrollo, formada a favor de la estructura y la fracturación, que conforma un laberinto de conductos con dos niveles horizontales, situados a cotas de unos 985 y 990m de altitud, a unos 95-100m respectivamente sobre el río Ubierna, unidos por salas y pozos.
Su actual boca de acceso representa el colapso del techo formando una pequeña torca apenas visible en el páramo a 992m de altitud, aunque cuenta con, al menos, otras tres antiguas entradas en torca, actualmente colmatadas.
Por la boca de entrada se accede a una galería bastante cortical, cuyos techos evolucionan apenas a 5 metros de la superficie, con una dirección predominante SSE-NNO. El aspecto de este sector es bastante caótico debido a los numerosos desplomes de bloques y a los dos conos de derrubios existentes, el de la propia entrada y otro que se localiza en la sala principal, lugar en el que se han recogido numerosos restos arqueológicos de diferentes momentos. Por el extremo SE de la boca se alcanza rápidamente un desnivel de 13m, similar al que llega a alcanzarse en el extremo E de la sala.
Desde el borde NE de la sala se desciende hacia un nivel ligeramente inferior en el que evoluciona el resto de la cavidad, con la misma dirección SSE-NNO, a cotas del suelo entre 10 y 15m por debajo de la superficie. Destaca una importante galería de clara morfología freática, cuyo origen se encuentra bruscamente interrumpido, al SE, por un gran desplome.
Antes de alcanzar la otra gran sala de la cavidad, es cortada por una galería transversal, de dirección NNE-SSO, en cuyo origen, también interrumpido por otro desplome, se localiza una sima que permite alcanzar el punto más bajo, a 30m de desnivel.
La sala NO de la cavidad está dominada por un gran cono de derrubios, con clastos muy sueltos, que puede remontarse, no sin cierta dificultad, por una galería lateral, hasta un punto próximo a la superficie en cuyo techo se observa la gran inestabilidad del mismo pues apenas cuenta con matriz arcillosa. Se observan restos arqueológicos, así como restos óseos, algunos de ellos humanos, pero también de fauna doméstica.
La cavidad finaliza en su extremo NO en otro cono de derrubios pero de aspecto mucho más antiguo, probablemente pleistoceno, en donde se observan restos fósiles.
Como podemos ver en el diagrama direccional y en la red de fracturas dibujadas sobre la ortofoto y el plano de la cavidad, su tendencia general es claramente hacia el NNO, es decir hacia la cabecera del valle que desciende hacia el pueblo de Gredilla la Polera, en el que se también se localiza, aguas abajo, la surgencia de La Polera.

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Cavidades del Cañón de Peñahorada

Se incluyen en este sector un pequeño numero de cavidades localizadas principalmente en el Cañón de Peñahorada por el que circula el río de la Hoz, cuya cabecera ha sido capturada por la cuenca del Ebro, poco antes de alcanzar la Sierra de Ubierna y el pueblo de Peñahorada. En alguno de sus valles tributarios, generalmente sin circulación superficial, se localizan las últimas cavidades catalogadas en este sector, aunque las de Fuentesalce ya se encuentran en la cabecera del arroyo de Rahedillo, afluente del Rioseras.

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Todas ellas son de escaso desarrollo, por lo que remitiremos a la tabla adjunta, la ortofoto y las topografías para conocer detalles adicionales. El Abrigo 2 del Cañón de Peñahorada y la Cueva del Vallejo de los Taberneros cuentan con yacimiento arqueológico, pero la Cueva de la Cantera 2, el Abrigo 1, la Cueva de la Niebla y los Abrigos del Redil I y II, a pesar de no localizarse evidencias en su superficie, cuentan con buenas perspectivas de albergar algún tipo de vestigio.

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 Cavidades de Tobes y Rahedo

Incluimos en este sector las cavidades localizadas al NE de la zona estudiada, conocida más propiamente como La Serrezuela ya en término de Tobes y Rahedo. En concreto se sitúan en los escarpes localizados al Oeste de la carretera a la que se accede desde Robredo-Temiño, en el término conocido como La Cañada.
Desde el borde norte de esta zona, nada más atravesar el pequeño cañón que conduce a Tobes y Rahedo, se obtienen unas magníficas vistas del terciario de La Bureba depositado sobre todo el borde NE de la Sierra de Ubierna. Además los arroyos que surcan las cárcavas de esta zona, excavados en terrenos más blandos y tributarios de la cuenca del Ebro, están remontando su cabecera hacia el NO habiendo capturado ya la del río de la Hoz, que en su día originó el Cañón de Peñahorada, ahora sin alimentación alóctona, y están próximos a capturar la cabecera del río Ubierna, de la que apenas les distancia un poco más de un kilómetro a la altura de Villalbilla Sobresierra y Gredilla la Polera.

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La cavidad más importante es la Cueva de los Moros, un conducto de claro origen freático cuya pendiente se ajusta al buzamiento de los estratos, que presenta yacimiento arqueológico al igual que el gran abrigo conocido como Cueva de las Grajas que presenta en superficie restos cerámicos y líticos, junto con algunas brechas, algunas de matriz más arcillosa y otras más antiguas y carbonatadas.
Brechas similares a éstas se observan a lo largo de diferentes puntos del escarpe, en especial protegidas bajo algunos de los abrigos existentes. Hemos catalogado uno de ellos por sus dimensiones, apreciándose también en él numerosos protoconductos de origen freático.
Tanto la Cueva de las Grajas II, pero especialmente Cueva del Albín, a pesar de no observarse en su superficie restos arqueológicos, presentan un formidable aspecto para haber sido utilizadas como hábitats.

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Arqueología y Paleontología

Los valles del Úrbel y del Ubierna han servido a lo largo del tiempo de vías de comunicación y control de los diferentes grupos humanos que ocuparon estas tierras durante la Prehistoria, aunque la ausencia de grandes complejos kársticos condiciona que los registros arqueológicos documentados en las cavidades no sean muy llamativos. A pesar de ello, la intensa labor realizada por el Grupo Edelweiss a lo largo de su historia ha permitido reconocer e identificar la presencia humana en la mayor parte de los abrigos rocosos y pequeñas cuevas, principalmente durante la Prehistoria reciente, así como en los portalones de las Cuevas de Valdegoba y San Martín, cuyas mayores dimensiones son adecuadas para asentamientos humanos y refugios de animales desde el Pleistoceno. Esta información completó el inventario de las cartas arqueológicas de este sector (Campillo y Ramírez 1983 y 1985-1986).
La Torca de Gredilla la Polera, con sus casi 500m de desarrollo, constituye la mayor cavidad del área de estudio y, a pesar de no disponer de un fácil acceso al sector de entrada, propicio para el hábitat, presenta uno de los conjuntos más interesantes, con registros faunísticos pleistocenos y restos arqueológicos de la Prehistoria reciente y de época medieval.
La escasas intervenciones arqueológicas en esta región, centradas en la Cueva de Valdegova (con excavaciones de C. Díez y A. I. Ortega entre 1987 y 1989 y C. Díez 2006) y la Cueva de San Martín (con prospecciones de G. Clark en 1972 y S. Corchón en 1986), no permiten profundizar sobre las características de la ocupación del medio kárstico pero, como ya se ha comentado en los epígrafes anteriores, son varias las cavidades que reúnen características idóneas para albergar asentamientos humanos como hábitats o refugios temporales durante la Prehistoria, aunque superficialmente no se observen restos arqueológicos.

Los registros del Pleistoceno: la importancia del tiempo de los neandertales
El hallazgo de fauna cuaternaria en el interior de la Torca de Gredilla la Polera, en los años 20 del siglo pasado, representa la primera referencia paleontológica en yacimientos kársticos de esta región. Royo Gómez (1926) cita la presencia de restos craneales de rinoceronte, que asignó a Rhinoceros merckii, junto a huesos de Bos primigenius. En 1955 y 2009 miembros del Grupo Espeleológico Edelweiss han reconocido la presencia, en el sector de la chimenea final, de restos fósiles de équidos. La ausencia de restos de carnívoros y de presencia humana pleistocena parece indicar que los grandes herbívoros pudieron caer por pequeñas torcas de colapso, que constituyeron trampas naturales y hoy se encuentran colmatadas. La antigüedad de la cita, junto al desconocimiento de la ubicación actual de los fósiles (en el Instituto Cardenal López de Mendoza se localiza una rama de hemimandíbula sin dentición que pudiera pertenecer a esta cavidad), impide conocer su concreta atribución, dado que la revisión de restos referidos en la bibliografía a Rhinoceros merckii (=Dicerorhinus mercki) están siendo reasignados a Stephanorhinus hemiotechus, especie ampliamente distribuída en la Península Ibérica durante el Pleistoceno medio y superior.

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Otra cavidad con restos de fauna pleistocena es la Cueva de San Martín, existiendo en el Museo de Burgos un conjunto óseo, procedente de los trabajos de Corchón, en donde destaca la presencia de una falange de gran carnívoro, posiblemente hiena. La Cueva de San Martín es un conducto paralelo al valle del Rucios, cuyas paredes conservan depósitos marginales de sedimentos pleistocenos que contienen fósiles de animales, entre los que hemos identificado restos de hiena (Crocuta crocuta), especie distribuída en Europa desde el final del Pleistoceno inferior. Fragmentos fósiles de huesos de animales, entre los que destacan la raíz de un diente de herbívoro, fueron abandonados u olvidados en el muro de la tapia de uno de los chalets del aparcamiento San Martín de Ubierna que da acceso al valle de Rucios, y por las características de los restos podemos intuir que proceden de esta cavidad.
Presencia de rellenos posiblemente pleistocenos se documentan en la Cueva de las Grajas de Tobes y Rahedo en la que destacan, junto a brechas cementadas, sedimentos rojizos con abundante microfauna y la presencia en superficie de una pieza tallada de sílex.
La presencia humana más antigua en este territorio se documenta con los yacimientos al aire libre relacionados con tipologías líticas del Paleolítico inferior de las localidades de Montorio, Gredilla la Polera o Sotopalacios, aunque son más abundantes los conjuntos tipológicos del Paleolítico medio, vinculados con estaciones al aire libre, que muestran mayor ocupación y aprovechamiento del territorio a favor de los valles del Úrbel, Ubierna y Arlanzón, vías naturales de comunicación hacia el interior de la Meseta.
Con el Paleolítico medio se relacionan las primeras evidencias sobre el uso de las cavidades de la Sierra de Ubierna, destacando el yacimiento de la Cueva de Valdegoba de Huérmeces Las cuevas de Valdegoba, catalogadas desde los años sesenta por el Grupo Espeleológico Edelweiss, constan de tres conductos horizontales, colgados y abiertos al Cañón del Úrbel, a 930m de altitud.

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El central (Cueva II de Valdegoba) alberga en su portalón un interesante yacimiento de la primera mitad del Pleistoceno superior (Quam et al. 2001; Díez et al. 1989, Ortega 2001), que fue excavado entre 1987-1991 y 2006. Además de un importante registro arqueo-paleontológico, presenta los únicos restos fósiles de Homo neanderthalensis de Castilla y León: cinco individuos, un bebé de entre 6 y 9 meses, dos jóvenes de entre 13-14 años y un individuo adulto, junto a un fragmento de falange que no ha permitido identificar la edad. El Grupo Espeleológico Edelweiss localizó e identificó como tal, durante las labores topográficas de 1987 previas al inicio de la primera campaña de excavaciones, el primer fragmento de una mandíbula infantil, que después se completaría con otros fragmentos y diversas piezas dentales.
La abundante industria lítica, realizada principalmente en sílex y cuarcita, procede del entorno inmediato y se adscribe al Modo tecnológico 3. Se desarrolla a partir de modelos de explotación centrípeta, en donde la técnica levallois y laminar también están presentes. Los útiles más frecuentes son raederas y denticulados, seguidos de puntas, raspadores y cuchillos de dorso, que se incluyen entre los conjuntos del Paleolítico medio clásico. El registro se completa con abundantes fragmentos óseos, principalmente de rebeco, identificando huesos quemados, marcas de carnicería y algunos percutores en hueso. Por último destaca la presencia de varios fragmentos de ocre que pudieran relacionarse con actividades de adorno corporal y significación simbólica por parte de los neandertales.
El registro faunístico se caracteriza por la abundancia y variedad de especies, indicativo de un ecosistema rico, con predominio del rebeco y del ciervo, sobre el corzo, rinoceronte, jabalí y bóvido. Entre los carnívoros destaca la presencia de hiena, oso pardo, zorro y lobo, sobre los restos del gran oso de las cavernas, pantera, nutria, tejón, lince o gato montés. Aparecen principalmente en el tramo inferior de la secuencia, lo que es indicativo de un uso exclusivo de la cavidad como refugio de hibernación y cría. Por su parte, el tramo superior se caracteriza por la riqueza del registro arqueológico, reflejando la importancia de las ocupaciones humanas vinculadas con campamentos estacionales de cazadores especializados en la captura de rebecos. Valdegoba representa un excelente punto de vigilancia del territorio de caza, al situarse a 35m de altura sobre el valle del Úrbel, en el centro del pequeño cañón kárstico, paso obligado para las faunas y los humanos durante el Pleistoceno superior relacionado con los estadios isotópicos 3-6 en la Península Ibérica (Quam et al. 2001).
Hay que destacar la importante reactivación kárstica que presenta, relacionada con fases finales del Pleistoceno superior, que produjo el vaciado de gran parte de los sedimentos, conservándose únicamente los depósitos fosilíferos adosados a las paredes y protegidos por espeleotemas y la morfología del conducto.
Reactivaciones hídricas se documentan también en otras cavidades de esta zona como las cuevas de San Martín, La Polera, Camino de Espinosa I, Niebla y Grajas I, marcando un vaciado generalizado de los depósitos kársticos, evento que se complementa con la ausencia de vestigios arqueológicos del Paleolítico superior, lo que incide en la idea de estar ante un espacio apenas habitado.

El Holoceno: La ocupación de las gentes de la Prehistoria reciente
Con la llegada de las gentes del Neolítico y Edad del Bronce se consolida la ocupación de este espacio. Las excavaciones en Valdegoba también sacaron a la luz registros de ocupación relacionados con estas fases (Díez et al. 1989) y el Inventario Arqueológico Provincial (IAP) muestra una concentración de yacimientos de la Prehistoria reciente en torno a los valles del Úrbel y del Ubierna.
El afianzamiento del proceso de neolitización se desarrolla en paralelo a la construcción de tumbas megalíticas, hitos espirituales y territoriales (pues constituyen lugares de culto a los antepasados) de los diferentes grupos. La distribución megalítica en este área es muy dispersa y de amplia cronología, representando un espacio semivacío de conexión entre las grandes áreas megalíticas de Sedano, al Norte, y Atapuerca, al Sureste, (Moreno Gallo 2004). Al norte del área aquí tratada están inventariados los dólmenes de la Mina I y II de Montorio y el conjunto de dólmenes y túmulos del alto del Becerril de Quintanilla Sobresierra. Con este conjunto puede estar relacionado el posible menhir, descubierto por nosotros en 2009, situado al Este del Abrigo del Becerril. Se trata de al menos dos fragmentos de una misma losa, cuya base aparece hincada en la ladera, que debió medir más de 2m antes de su fracturación.
En el área de la Merindad de Río Ubierna se conocen los dólmenes del Prado I y II de San Martín de Ubierna, La Cuesta del Cuerno de Ubierna y el grupo de Peñahorada con el menhir Las Dos Hermanas y el túmulo del Brezal de las Cañadas. Pero la menor importancia del fenómeno megalítico no implica una menor ocupación del espacio, tal y como lo demuestran los abundantes yacimientos en cueva. El importante número de cavidades sepulcrales acentúa el uso funerario del medio kárstico. La distribución y características de estos yacimientos pone en evidencia la elección tanto de grandes cuevas como de pequeños conductos, abrigos e incluso estrechos resaltes y grietas, lo que indica el perfecto conocimiento que tenían del medio subterráneo y la completa ocupación del territorio.

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Estos yacimientos se caracterizan por presentar huesos humanos dispersos, y sin aparente distribución, sobre la superficie del suelo de la cavidad, gatera o abrigo, situados entre los cantos y bloques calizos. También es frecuente detectar la presencia de fragmentos de cerámicas a mano, industrias líticas y huesos de animales. El catálogo de cavidades sepulcrales del área estudiada está compuesto por nueves enclaves.
En el entorno del Valle del Becerril es llamativa es la Cueva Sepulcral de Sobrecueva, en Quintanilla Sobresierra, pequeña cueva situada en el páramo a 1.025m de altitud. Se correspondía con un yacimiento inédito que albergaba un importante conjunto funerario, cuyos restos humanos habían sido apilados en los bordes de la cueva, por un vecino de Montorio que vació la cavidad en 2005. Posteriormente su entrada fue nuevamente colmatada con piedras, imposibilitando su acceso en la actualidad. En el entorno de la boca de la cueva se recuperó un fragmento de arenisca ferruginosa, que posiblemente correspondería con parte del ajuar que presentaría el conjunto funerario.

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La Cueva de las Brujas de Castrillo de Rucios también presenta restos humanos en superficie. Se sitúa a 1009m de altitud en la peña del mismo nombre enfrentada a la del Nido del Buitre en donde se encuentra Sobrecueva, delimitando la desembocadura del arroyo del Becerril. Es interesante indicar además la presencia en este enclave del conjunto tumular del Alto del Becerril, con estructuras dolménicas propias del Megalitismo junto a pequeños túmulos más relacionados con fases de la Edad del Hierro, o el posible menhir por nosotros descubierto. Todas estas evidencias inciden en una importancia de este espacio como lugar de enterramiento a lo largo del tiempo. Su importancia ritual viene además avalada por la existencia, aguas abajo, de la ermita rupestre con necrópolis de Santa Cecilia, mártir paleocristiana del siglo III.
Entre las cavidades sepulcrales queremos destacar la presencia de restos humanos de la Torca de Gredilla la Polera por ser uno de los primeros yacimientos publicados. Esta cueva apenas destaca en el entorno por tener un acceso verticalizado en el páramo, inconveniente que solventarían con la instalación de algún tipo de estructura de apoyo. En su interior se recuperaron fragmentos cerámicos a mano junto a restos humanos (Royo Gómez 1926; Hergueta 1934), localizándose en la actualidad restos humanos tanto en el interior del conducto horizontal, especialmente en la gran sala inicial, como en el sector final de la cavidad.
Pero el sector en donde se produce una mayor concentración de cavidades sepulcrales del área estudiada es en el pequeño Cañón del Rucios, en donde los yacimientos funerarios se desarrollan a lo largo de su tramo inferior y en ambas márgenes del mismo, en pequeñas cuevas, gateras o grietas, de poca visibilidad, pero en relación con la ladera oriental del yacimiento El Cano. Estas cavidades son la Cueva de San Martín (Boca 5), Cueva VII, Cueva IX, Abrigo XIII y el Abrigo XIV-XV (Abrigo II de Carta Arqueológica).
De entre este conjunto tres son inéditas (VII, IX y XIII), destacando la Cueva Sepulcral IX, por presentar una salita, descubierta por nosotros tras desobstruir parcialmente una pequeña gatera, repleta de huesos humanos. Junto a estos restos se documentan a modo de elementos de ajuar fragmentos de cerámicas prehistóricas con tipologías propias de fases campaniformes y de la Edad del Bronce. Entre los motivos decorativos destacan las bandas paralelas de espigas incisas en varios fragmentos de una misma vasija o las retículas incisas, junto a fragmentos de borde decorados con impresiones. Varios fragmentos de vasijas tipo coladores y elementos de industria lítica completan este conjunto. Sería necesario proteger o excavar este yacimiento, dado que la simple entrada de visitantes deteriora un registro arqueológico caracterizado por su superficialidad.
Debe señalarse la relación espacial entre las cavidades del tramo medio e inferior del Rucios y los asentamientos del Bronce Final y Edad del Hierro de El Cano y La Vega-La Ribera-La Ruquera, que delimitan el valle por el Oeste y el Sur, lo que puede permitir entender la utilización del espacio como un todo, en donde la ausencia de grandes sistemas kársticos con portalones adecuados para su uso, no ha eximido a las gentes de un uso sepulcral de las cuevas y grietas, muchas de ellas de difícil acceso y escondida ubicación, testimonio de lo que para ellos representaba este valle. El traslado y concentración de población en los castros situados en la paramera situada al Este del Ubierna, entre los que sobresale el poblado y necrópolis de La Polera, puede estar en relación con el abandono del uso funerario de las cuevas del valle del Rucios.
Ni en el Cañón de Peñahorada ni en La Nava de Tobes y Rahedo hemos visto restos humanos en la superficie las cavidades, a excepción de un posible fragmento de tibia de un individuo infantil de la cueva del Vallejo de los Taberneros, o de la Morena, de Villaverde Peñahorada.
Con la Edad del Bronce, la ocupación del territorio es plena, como lo demuestran los numerosos asentamientos descubiertos con las obras públicas de infraestructuras del entorno de Burgos, entre los que destacan los yacimientos de El Cano, La Ribera de San Martín, La Vega y La Ruquera por localizarse en el área de estudio.
El valle del Rucios es el sector con mayor número de yacimientos en cueva adscritos a la Prehistoria reciente y Protohistoria. En el Abrigo XXV (Abrigo I de Carta Arqueológica) se documenta un pequeño conjunto de industria lítica (un núcleo de sílex, varias lascas y restos de talla de sílex y cuarcita) junto a cerámicas a mano. Fragmentos de cerámicas prehistóricas se localizan en el Abrigo XII (Abrigo III de Carta Arqueológica) y Gatera de Rucios XVIIl, presentando las de esta última cavidad el aspecto propio de las producciones de la primera Edad del Hierro.
Destaca el importante yacimiento de la Edad del Bronce en las Cuevas de San Martín, conducto con cinco bocas, tres de las cuales son auténticos portalones, que se abren en la desembocadura del desfiladero del Rucios. En el portalón más septentrional (boca 5), Campillo y Ramírez (1983 y 1985-1986) documentaron una intervención clandestina que mostró un interesante conjunto arqueológico, que se completa con piezas medievales. Entre los restos cerámicos destacan las producciones a mano de cocción reductora y formas lisas, junto a fragmentos decorados con técnicas incisas e impresas, piezas con apliques y digitaciones o un borde campaniforme tipo Ciempozuelos. También recogieron láminas de sílex y un molino de mano barquiforme, junto a piezas metálicas que relacionan con un posible puñal de hierro, varios alambres de fíbulas de hierro y un fragmento de bronce de un posible torques.
Los materiales cerámicos de este yacimiento muestran una amplia cronología, con tipologías que se desarrollan desde el Neolítico hasta la Edad del Hierro, en donde destacan elementos de mundo campaniforme y otros propios de las fases del Bronce Medio en la Meseta. Los elementos líticos y sobre todo el molino de mano incide en fases de la Edad del Bronce. Por su parte el repertorio metálico se relaciona con momentos transicionales del Bronce al Hierro. En conjunto este yacimiento estaría vinculado con los asentamientos El Cano, La Rivera de San Martín-La Vega-La Ruquera situados en las inmediaciones de la localidad de San Martín de Ubierna, que se incluyen en el conjunto de yacimientos con secuencias del Bronce Final y Edad del Hierro del Valle del Ubierna (Abásolo et al. 2008, Ruiz Vélez et al. 2001). Además, la presencia de restos humanos quemados pudiera hablar de prácticas funerarias de incineración relacionadas con las fases de la Protohistoria y las necrópolis de la primera Edad del Hierro del conjunto de Ubierna (Ruiz Vélez 2001), aunque hay que ser conscientes que la cremación parcial de restos humanos se documenta en yacimientos del fenómeno megalítico y en cavidades sepulcrales como el Abrigo del Mirador, la Galería del Sílex y el Portalón de Cueva Mayor de la Sierra de Atapuerca.
Entre las cavidades del Cañón de Peñahorada, el Abrigo 2 (Abrigo I de la Carta Arqueológica) presenta un interesante conjunto de materiales arqueológicos. Entre los restos cerámicos destacan piezas elaboradas a mano, con superficies alisadas o con tratamiento plástico de engobes rojos (barbotina), un fragmento de panza con verdugón con ungulaciones y un pequeño resto de borde con una banda de incisiones perpendiculares al labio, que se encuadran en tipologías amplias de la Prehistoria. También se recuperó una lasca de sílex y un colmillo de jabalí.

El abandono de las cuevas: fases históricas
La ausencia de hallazgos y restos en las cavidades estudiadas vinculadas a fases propias de la Edad del Hierro, con la excepción de la Cueva de San Martín y algunos restos de dudosa adscripción, constatan cierto abandono de las mismas, lo que unido al incremento de asentamientos castreños permanentes, con necrópolis en altura, marca la presencia de un cambio de mentalidad en relación con la tradición funeraria del uso del mundo subterráneo y las técnicas de inhumación.

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La ocupación de este territorio se completará con la concentración de la población en asentamientos celtíberos y la posterior romanización. Se constata la presencia de cerámicas a torno de pastas naranjas y claras, aunque la fragmentación de los restos no permite dar una tipología más precisa, que podrían relacionarse por la calidad de las pastas y la cocción con producciones celtíberas o de tradición indígena.
En el sector de entrada de la Cueva I del Camino de Espinosa, próximo a los castros de Ciudad La Pedrosa y de La Polera, se localizó en superficie un fragmento de jarra de pastas naranjas muy decantadas. En el tramo intermedio del conducto se localizaron un par de cantos rodados, uno de ellos con marcas de percusión y extracción longitudinal junto a pequeñas extracciones en uno de sus extremos y una huella de impacto en el otro, evidencias que caracterizan a un percutor para talla bifacial, con una extracción accidental del proceso de explotación.
En otros enclaves en torno al castro y necrópolis de La Polera se localizan en superficie cantos rodados de cuarcita. Este es el caso de la Cueva del Val de las Cuevas y de la Cueva de la Polera, así como la dolina más profunda de este término, en donde algunos cantos presentan marcas de percusión y extracciones de talla bipolar. A pesar de que esta técnica de explotación se desarrolla a lo largo de toda la Prehistoria y Protohistoria, la situación y distribución espacial de estos hallazgos en relación con el yacimiento de La Polera, permiten relacionarlos con las fases de ocupación de este asentamiento castrense.
Entre el material documentado en superficie en las diferentes cuevas de este sector hay que indicar la total ausencia de producciones de terra sigillata, lo que apunta al abandono del medio subterráneo o por lo menos cierto desinterés por el uso de pequeñas cuevas en un área fuertemente romanizada.
Por último, entre las producciones de cerámicas a torno, se documentan tipologías medievales en varias cuevas del valle del Rucios como en la Cueva de San Martín, en su boca norte o boca 5, el Abrigo XXV (Abrigo I de la Carta Arqueológica), Abrigo XII (Abrigo III de la Carta Arqueológica) y el Abrigo de la Colmena (XXIV).
Interesante, por su calidad, es el conjunto medieval procedente de la Cueva de La Polera entregado al Museo de Burgos en 1972 compuesto por cuatro vasijas muy completas, de tipologías ollas y jarras, y varios fragmentos de cerámica pintada, junto a un fragmento de hierro y un posible alisador (Grupo Cultural Ramón y Cajal de Espeleología 1982). En el Abrigo 2 del Cañón de Peñahorada y en los abrigos y Cueva de los Moros de Tobes y Rahedo también hemos documentado restos cerámicos a torno, con fragmentos de pastas claras y grises, junto a piezas de vedríos melados.
Con el mundo eremítico de la Alta Edad Media se relacionan los restos de la ermita de Santa Cecilia, santa paleocristiana del siglo III. Este eremitorio semirupestre, excavado en los travertinos, conserva los rebajes para insertar los mechinales de apoyo de la estructura de madera, así como arcos de medio punto y parte la bóveda del ábside. El sector del ábside es la estructura eremítica mejor conservada, que en la actualidad presenta un cerramiento en el que se han insertado panales de abejas fuera de uso. También aparecen algunos rebajes en la roca que pudieran corresponder con posibles sepulcros y tumbas antropomorfas. El dueño de esta iglesia rupestre nos comentó la extracción de varios sepulcros. En diferentes sectores de este conjunto se observan almacenados desordenadamente restos de estructuras medievales junto a elementos modernos.
En relación con el mundo medieval se situarían la necrópolis de lajas descubiertas por las obras de canteras de áridos localizadas al pie de la ladera de las Cuevas de Valdegoba o la puesta al descubierto en la ladera de El Castro, por las obras de ensanche de la carretera de Burgos a Aguilar de Campoo, en las inmediaciones de San Martín de Ubierna. A estas necrópolis hay que añadir la localizada en la cantera de áridos existente 1km al sur de Peñahorada, en la que también aparecen restos de árboles fósiles miocenos.
Tras estas evidencias de época medieval, las entradas de las cuevas y abrigos únicamente se utilizarán como apriscos para resguardar el ganado o como refugios temporales de pastores (Cuevatona de Montorio, el Abrigo de Becerril de Quintanilla Sobresierra, el Abrigo del Redil de Valdelebrín de Huérmeces La Covatona de Ubierna, las Cuevas de San Martín y los Abrigos del Redil I y II de Fuentesalce, en Peñahorada), produciéndose el abandono definitivo de estos espacios que han constituido hitos ocultos en el paisaje de tránsito durante la Prehistoria. Hay que indicar que la Cueva de la Cantera 2 del Cañón de Peñahorada presenta una pintura moderna de un bisonte en su pared norte, realizada en torno a 1985, que ha acusado una gran pérdida de pigmentación en los últimos 20 años.
La relación de evidencias de actividad humana se cierra con la presencia de una estructura excavada en la roca, relacionada con una posible antigua cantera caliza localizada en el término documentado en el siglo XV como de Valdechasus, descubierta por Héctor Hernando. Esta estructura presenta además pequeños rebajes en los frentes excavados de difícil interpretación pero que parecen muy posteriores en el tiempo, así como varias inscripciones grabadas en la roca, con una caligrafía propia de los siglos XIX y XX.
Queremos finalizar mostrando el agradecimiento al vecino de Ubierna Héctor Hernando, perfecto conocedor del territorio e investigador sobre la toponimia y documentación de la zona que nos ha indicado la existencia de diversas cavidades y yacimientos descubiertos por él, y que eran desconocidos por nosotros.

Bibliografía
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