Corría el mes de julio de 1969, cuando un pequeño equipo del Grupo Espeleólogico Burgalés (GEBU), escindido a la sazón del G.E. EDELWEISS, nos disponíamos a explorar bajo tierra las galerías superiores de "El Cacique", donde en jornadas precedentes se había dejado pendiente una exploración más exhaustiva en dicha zona que prometía una prolongación del Dédalo Oeste del complejo de Ojo Guareña.

Durante tiempo se había especulado mucho sobre las zonas aledañas a la sala de "El Cacique" y se abrigaban fundadas esperanzas de encontrar desde aquí algún posible acceso que estudios de topografía exterior apuntaban hacia la primitiva entrada del circo de San Bernabé, por las grandes dimensiones de estas galerías superiores que desde el circo exterior se adentran en dirección Este del complejo hasta colmatarse en grandes coladas que impiden la continuidad.

El equipo formado por J.L. Uribarri y cuatro miembros del G.E.B.U., Aurelio Rubio, Carmen Vadillo, Elías y Eliseo Rubio nos adentrábamos en las galerías de "El Cacique", mientras otro equipo del G. Edelweiss exploraba y topografiaba galerías del segundo piso, próximas también a "El Cacique".

Tras un rápido recorrido de esta gran sala iniciábamos un progresivo y dificultoso ascenso por grandes desniveles y caos de bloques que nos llevó a una gran sala superior, desde donde reemprendimos la búsqueda del o de los posibles accesos hacia la entrada de San Bernabé que habíamos interrumpido en la expedición anterior.

Despues de una afanosa búsqueda por diversos divertículos laterales  se abrió ante nosotros un gran túnel que se adentraba en sentido Oeste. A medida que avanzábamos por un suelo arcilloso, de pronto me pareció distinguir huellas de pies en la arcilla blanda; acerqué mi luz al suelo… y exclamé sobresaltado, !!huellas de pies¡¡, !!pies descalzos¡¡, añadí. No podía dar crédito a mis ojos.

Los segundos que siguieron fueron indescriptibles, llenos de excitación y euforia, cuando los demás miembros del equipo se acercaron para constatar lo cierto del hallazgo, que se confirmó, en efecto, como huellas de pies desnudos que nítidamente se hundían en la arcilla con una ligera pátina de carbonato que les daba una apariencia muy antigua, acaso del hombre primitivo, aventuramos. A medida que avanzábamos, la profusión de pisadas era tal que Uribarri, consciente de que pudiéramos estar ante un descubrimiento sensacional y poner en peligro la integridad de las huellas, ordenó con autoridad: ¡se suspende la expedición!

Todos nos contagiamos de la responsabilidad que Uribarri transmitió con tan terminante orden; sin embargo, el descubrimiento, hasta ese momento incompleto, no podíamos abandonarlo sin antes apagar la sed de admirar tan desacostumbrado hallazgo que nos hacía vibrar de emoción. Por otra parte era necesario valorar, aunque fuera de forma ligera, el alcance del mismo.

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Una somera observación indicaba que las pisadas eran de pies de diferentes tamaños, prácticamente todas de adultos, con sentido de ida y vuelta, y que se prolongaban a lo largo de la galería hasta un punto de retorno, donde un gran tapón de colada cerraba totalmente la galería impidiendo continuar la incursión de los hombres de pies desnudos y también la nuestra. Huellas por centenares se localizaban en un recorrido de unos 300 m. aproximadamente a lo largo de dos galerías y una sala intermedia.

Por dónde habían entrado estos hombres hasta un punto tan distante de la entrada habitual de Palomera, con  los medios supuestamente escasos de luz a traves de un medio tan hostil y lleno de obstáculos y peligros y, lo que es peor, descalzos, no alcanzábamos a entenderlo. Solo un antiguo acceso desde San Bernabé, ahora obstruido por derrumbamiento de la galería, posteriormente concreccionado y que apenas dista 150 m. de dicha entrada, podría considerarse como plausible.

Las conjeturas sobre quiénes fueron los individuos que llegaron hasta aquí, cuándo se produjo esta incursión y con qué fin, se agolpaban en la imaginación de todos; lo más verosímil parecería que se trataba de un grupo de individuos que, bien empujados por un afán de exploración o curiosidad, bien por llevar a cabo un posible rito iniciático, hubieran hecho una incursión de ida y vuelta y nunca más hubieran vuelto hasta aquí.

Esparcidos aquí y allá se advertían restos de madera carbonizada pertenecientes quizás a antorchas con las que presumiblmente este grupo de individuos había llegado hasta este punto de la cueva.

El final de esta galería, como se ha dicho, terminaba en una colada que cerraba el paso e impedía proseguir más adelante, lo que explicaría el sentido de vuelta del grupo.Tras esta inspección dimos por finalizada la expedición para al día siguiente dar cuenta a los medios que difundieron la noticia con  la difusión y despliegue merecidos, pues huellas de pies de características similares a las aquí descritas si se asocian con el hombre primitivo, solo se conocen siete en todo el mundo; cinco en Italia y dos en Lascaux, en Francia.Ojo Guareña añadía así un tesoro más al acervo arqueoantropológico de sus ocultas riquezas.

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Estudios posteriores de los restos de madera carbonizada llevados a cabo por los investigadores Delibrias, Guillier y Labeyrie (1974) con técnicas de C-14, arrojaron una antigüedad de 15.600 años, por lo que nuestra impresión primera, que en el momento de su descubrimiento atribuíamos al hombre primitivo, se reveló cierta.

Así, mientras la alta tecnología aeroespacial permitía al hombre moderno a bordo de una cápsula espacial ver cumplido en esas fechas su hasta entonces inaprensible sueño de alcanzar la Luna y poner los pies en su suelo, a nosotros se nos concedía en el mismo espacio temporal descubrir las primigenias huellas de pies desnudos que miles de años  antes un reducido grupo de hombres prehistóricos dejaron impresas en el vientre de su vecina más próxima, la madre Tierra.

Eliseo Rubio Marcos
Burgos, Abril de 2001