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Fotos: Adrián Vázquez - Archivo: Grupo Espeleológico Edelweiss

El Valle de Mena, localizado en el norte de Burgos, se caracteriza por poseer uno de los principales paisajes kársticos de esta recia y diversa provincia castellana. Sus agrestes cortados y escarpados farallones de roca caliza, tan característicos, promueven la admiración de propios y extraños. Ocultas en el subsuelo se encuentran un total de 41 cavidades exploradas hasta la fecha e inventariadas en el Catastro Espeleológico de la provincia de Burgos, cuya actualización y custodia permanentes corren a cargo del Grupo espeleológico Edelweiss (GEE).

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Entre todas ellas sobresalen por su desarrollo las cuevas de Lérdano, Aguasal, el Sistema de San Miguel el Viejo —del que forma parte la Cueva de los Araos—, Moriquillos, Fuente Manata, Hayal de Curtiveranos y del Francés. A este grupo se suman otros dos fenómenos kársticos muy reconocidos en la zona. Por un lado, la archiconocida cueva de Santa Cecilia, cuyo amplio portalón de entrada, excavado a los pies del escarpe rocoso de los Montes de la Peña en las inmediaciones de la localidad de Anzó, es visible desde la lejanía y sirve de destino a decenas de montañeros ávidos de curiosidad por traspasar el vano de su enorme dintel. El segundo, y quizás uno de los puntos más conocidos y visitados de todo el valle, es el nacimiento del río Cadagua, tributario del Nervión, que vierte sus aguas en el mar Cantábrico. Remontando su curso hasta un escarpe calcáreo a los pies del puerto de la Magdalena, se localiza su nacimiento conocido por el sugerente nombre de El Bocarón, una enorme oquedad donde solo en épocas de deshielo y grandes lluvias es posible ver manar el agua. Su boca y su amplio volumen nos hacen intuir la formidable red de conductos y galerías que deben ocultarse en su interior. Todavía hoy continúa resistiéndose a ser explorada en su totalidad por el ser humano. Adentrándonos en ella a lo largo de los escasos metros que nos permite, es habitual escuchar en cualquier época del año el ensordecedor rumor del líquido elemento, cuyo origen en buena parte proviene de los agrestes páramos calcáreos de la Sierra Salvada alavesa y burgalesa. El espectáculo visual y sonoro de las aguas que brotan de forma constante algunos metros más abajo, siguiendo un trazado vertiginoso, ha sido bautizado con el topónimo de La Cencerrona, evocando el característico sonido producido por el ganado vacuno en sus desplazamientos en masa por los verdes pastizales de este enclave burgalés.

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Debemos precisar que la totalidad de las cuevas incluidas en este artículo forman parte del municipio del Valle de Mena como entidad territorial básica en que se divide el Estado, aunque algunas de ellas, atendiendo a un criterio geográfico estricto, pertenecen a otros valles cercanos como son el de Tudela o el de Angulo. Recopilar al tiempo que divulgar la información disponible hasta la fecha sobre el karst menés, destacando sus principales singularidades, es el objetivo que nos proponemos a través de estas líneas.

En el siguiente enlace puedes descargar el artículo completo publicado en la revista Cubia 29 del Grupo Espeleológico Edelweiss.

https://grupoedelweiss.com/web/images/articulos/PDF/Cubia29/ValledeMena.pdf

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